Por Lucy Chambersa, b, Keri McCrickerda, Martin R. Yeomansa
Puntos destacados
-Las comidas altas en proteína y fibra son saciantes.
-Las señales sensoriales y cognitivas son importantes para la saciedad.
-La saciedad es moderada por una combinación de señales cognitivas, sensoriales y fisiológicas
-Los productos alimenticios pueden ser manipulados para mejorar la experiencia de saciedad del consumidor.
Los alimentos que generan una fuerte sensación de saciedad tienen obvios beneficios para el control del peso. Esta reseña se construye sobre la comprensión de que el potencial de saciedad de un alimento depende en la cantidad de proteínas, carbohidratos, grasas y fibras que contiene, examinando la evidencia de que la apreciación sensorial y cognitiva del alimento que hace el consumidor también es importante. Se concluye que son numerosas las características de un producto alimenticio que pueden manipularse para mejorar la experiencia de saciedad del consumidor, pero que es la combinación de estas características la que finalmente determinará su efecto sobre el control del apetito. Tomar esta aproximación integrada hacia la saciedad optimizará el desarrollo de alimentos altamente saciantes.
Introducción
El alarmante crecimiento en las tasas globales de sobrepeso y obesidad (Popkin, Adair, & Ng, 2012) no solo tiene profundas implicaciones para la salud y el bienestar (Dixon, 2010) sino también para el entorno (Hall, Guo, Dore, & Chow, 2009) y la economía (Yach, Stuckler, & Brownell, 2006). Mucha gente vive en un entorno «obesogénico» que estimula el apetito y promueve un excesivo consumo de calorías. Factores de influencia incluyen la publicidad y disponibilidad de alimentos y bebidas procesadas de alta densidad energética (Halford et al., 2004 ; Hill and Peters, 1998), particularmente las que se ingieren fueran de las comidas regulares (Rolls, Roe, Kral, Meengs, & Wall, 2004), cambios en las porciones que favorecen las porciones grandes (Nielsen, 2003 ; Wansink and Kim, 2005), y el coste relativo y fácil acceso de las dietas poco saludables relativo a las dietas más saludables (Drewnowski & Darmon, 2005). Cambiar el entorno actual para que sea más «delgadogénico» requiere una reforma cultural y política, que tenga un apoyo considerable de la industria alimentaria. No hay soluciones mágicas. Un enfoque pragmático es hacer varios cambios pequeños al entorno alimenticio para ayudar a que la gente coma más saludablemente. Los alimentos con saciedad mejorada (es decir, aquellos con una mayor capacidad para inhibir el apetito después de haber sido consumidos) podrían formar parte de este enfoque, porque promueven directamente una ingesta de alimento reducida y también ayudan a cumplir con estrategias de alimentación saludable y de control de peso, al disminuir el efecto de la sensación de hambre sobre la motivación y el estado de ánimo (Hetherington et al., 2013).
En años recientes el mercado alimenticio ha visto un aumento en las ventas de productos con saciedad mejorada (que son una categoría distinta a los alimentos dietéticos de energía reducida), que afirman ser efectivos para engañar al hambre y parecen ser bien recibidos por el público (Bilman et al., 2012 ; Hetherington et al., 2013). En el Reino Unido se requiere que estos cumplan la regulación de la Comisión Europea que dice que las afirmaciones sobre la saciedad deberían ser sustanciadas por evidencia científica basada en un perfil nutricional del alimento, y no engañar al consumidor (European Commission, 2007 ; European Commission, 2012). Aunque continúa el debate acerca de lo que se considera como una afirmación válida (Blundell, 2010; Booth and Nouwen, 2010; de Graaf, 2011a; de Graaf, 2011b ; Griffioen Roose et al., 2013), la gran mayoría de las solicitudes de afirmaciones de saciedad a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria -European Food Safety Authority (EFSA)- no son aprobadas debido a la falta de evidencia de que la saciedad generada por el producto conduzca a reducciones en el consumo energético, y/o el efecto se sostenga en una experiencia repetida (Halford & Harrold, 2012).
A pesar de los importantes avances científicos en la comprensión de la relación entre nutrientes específicos y control del apetito, con algunos éxitos en la aplicación de esos hallazgos en la fabricación de alimentos altamente saciantes, los factores no basados en nutrientes que contribuyen a la experiencia de saciedad del consumidor han recibido menos atención. El propósito de este documento es hablar de lo que se conoce acerca de los constituyentes saciantes de la comida, y elaborar sobre esto examinando la evidencia de que las percepciones contextuales de las señales cognitivas y sensoriales producidas en el momento del consumo, influencian la experiencia de saciedad del consumidor, y también la saciedad moderada basada en nutrientes, lo cual es crítico. El tomar este enfoque integrado con respecto a la saciedad informará mejor el desarrollo de productos alimenticios de saciedad mejorada, subrayando los muchos elementos que pueden manipularse en un alimento para optimizar su efecto sobre el apetito, y demostrando que la combinación de estos elementos determinará finalmente cuan efectivo es al producir una sensación de saciedad.En años recientes el mercado alimenticio ha visto un aumento en las ventas de productos con saciedad mejorada (que son una categoría distinta a los alimentos dietéticos de energía reducida), que afirman ser efectivos para engañar al hambre y parecen ser bien recibidos por el público (Bilman et al., 2012 ; Hetherington et al., 2013). En el Reino Unido se requiere que estos cumplan la regulación de la Comisión Europea que dice que las afirmaciones sobre la saciedad deberían ser sustanciadas por evidencia científica basada en un perfil nutricional del alimento, y no engañar al consumidor (European Commission, 2007 ; European Commission, 2012). Aunque continúa el debate acerca de lo que se considera como una afirmación válida (Blundell, 2010; Booth and Nouwen, 2010; de Graaf, 2011a; de Graaf, 2011b ; Griffioen Roose et al., 2013), la gran mayoría de las solicitudes de afirmaciones de saciedad a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria -European Food Safety Authority (EFSA)- no son aprobadas debido a la falta de evidencia de que la saciedad generada por el producto conduzca a reducciones en el consumo energético, y/o el efecto se sostenga en una experiencia repetida (Halford & Harrold, 2012).
A pesar de los importantes avances científicos en la comprensión de la relación entre nutrientes específicos y control del apetito, con algunos éxitos en la aplicación de esos hallazgos en la fabricación de alimentos altamente saciantes, los factores no basados en nutrientes que contribuyen a la experiencia de saciedad del consumidor han recibido menos atención. El propósito de este documento es hablar de lo que se conoce acerca de los constituyentes saciantes de la comida, y elaborar sobre esto examinando la evidencia de que las percepciones contextuales de las señales cognitivas y sensoriales producidas en el momento del consumo, influencian la experiencia de saciedad del consumidor, y también la saciedad moderada basada en nutrientes, lo cual es crítico. El tomar este enfoque integrado con respecto a la saciedad informará mejor el desarrollo de productos alimenticios de saciedad mejorada, subrayando los muchos elementos que pueden manipularse en un alimento para optimizar su efecto sobre el apetito, y demostrando que la combinación de estos elementos determinará finalmente cuan efectivo es al producir una sensación de saciedad.
Los múltiples factores que construyen la saciedad
La idea de que la sensación de saciedad es dependiente de algo más que los efectos metabólicos de los nutrientes en el intestino, fue conceptualizada por John Blundell, Rogers, y Hill (1987)hace más de 25 años. Su modelo de saciedad en cascada (figura 1), que ha sido bien descrito en otras reseñas, (e.g. Halford and Harrold, 2012 ; Van Kleef et al., 2012), propone que antes de que la comida ingrese al intestino, las señales cognitivas y sensoriales generadas al ver y olfatear la comida y por la experiencia de sentir la comida en la cavidad oral, influencian no solo cuánto se come en ese momento (saciedad) sino también en el periodo después del consumo. Estas señales de saciedad tempranas se integran con otras señales posteriores a la ingesta y a la absorción para determinar la saciedad. Las señales sensoriales y cognitivas previas a la ingesta suponen la llegada inminente de una carga de nutrientes, y la rápida respuesta del cuerpo a esta información es prepararse fisiológicamente para una digestión eficiente, así como para la absorción y metabolismo de los nutrientes (Pavlov & Thompson, 1902). Se cree que estas respuestas de la fase cefálica, que involucran a hormonas gastrointestinales, secreciones ácidas y cambios en la motilidad gástrica e intestinal (ver Power & Schulkin, 2008) elevan las sensaciones de saciedad después del consumo, porque cambian lo bien que son procesados los nutrientes por el sistema digestivo (Smeets, Erkner, & De Graaf, 2010).
Otra forma en la que las señales posteriores al consumo pueden interactuar es a través del recuerdo de haber consumido comida; los indicios fuertes previos a la ingesta pueden mejorar la codificación a la hora de comer, y esto podría impactar la forma que el consumidor interpreta las sensaciones fisiológicas derivadas de la saciedad, aunque esto todavía no ha sido comprobado empíricamente. En cualquier caso, se puede predecir que la comida rica en nutrientes solo tendrá un impacto máximo sobre el apetito cuando la experiencia de consumirla lleva al consumidor a anticipar sus efectos saciantes. De la misma forma, la misma comida rica en nutrientes puede tener efectos débiles sobre la saciedad si las expectativas no están en línea con su contenido en nutrientes. De hecho, cuando la comida es ingerida en ausencia de señales cognitivas y sensoriales previas, por ejemplo, cuando se envía directamente al intestino a través de un tubo gastronasal, las respuestas de saciedad ante los nutrientes son más débiles (Cecil et al., 1998a; Cecil et al., 1998b ; Lavin et al., 2002).
La investigación clásica sobre saciedad generalmente ha fijado la atención en los efectos fisiológicos de los ingredientes alimenticios aisladamente, mientras mantienen todos los otros factores que contribuyen a la saciedad constantes. Este importante trabajo ha resaltado que dos comidas que contienen la misma energía pueden tener efectos distintos sobre la saciedad si la composición de sus macronutrientes es distinta. Por ejemplo, mujeres cuya dieta se modificó para ser alta en proteínas y carbohidratos durante un día, informó de niveles más altos de saciedad comparándolo con otro día cuando la energía principal de la dieta era la grasa, a pesar de que las dietas tenían el mismo contenido energético
(Westerterp-Plantenga, Rolland, Wilson, & Westerterp, 1999). La idea de una jerarquía de efectos saciantes de los macronutrientes en el orden proteínas > carbohidratos > grasas (Blundell & Macdiarmid, 1997) explica hasta cierto punto por qué no todas las calorías tendrán el mismo impacto sobre la saciedad, y ha sido enormemente influyente en el desarrollo de alimentos con saciedad mejorada. Hoy día, para muchas personas, Alto en proteína es sinónimo de sentirse lleno y es algo central para la mayoría de las afirmaciones de saciedad en el mercado de los alimentos para el control del apetito. La proteína se ha hecho con el centro de la atención como alimento altamente saciante por una considerable investigación experimental y en el mundo real, que indica que aumentar la composición proteica de la dieta sin cambiar la energía neta puede llevar a sentimientos más altos de saciedad
(Paddon-Jones et al., 2008). Los posibles mecanismos fisiológicos que subrayan este efecto incluyen la termogénesis inducida por la dieta (Halton & Hu, 2004) y las señales hormonales gastrointestinales (Veldhorst et al., 2008), aunque dos estudios recientes indican que la experiencia sensorial de ingerir proteína también es importante (Bertenshaw et al., 2013 ; Masic and Yeomans, 2013). Pruebas aleatorizadas de dietas altas en proteína sobre control de peso proporcionan evidencia de que estos tipos de planes de alimentación pueden apoyar la pérdida de peso a largo plazo (e.g. Leidy et al., 2007; Skov et al., 1999 ; Weigle et al., 2005) y potencialmente ayudar en el mantenimiento futuro del peso (Due et al., 2004 ; Westerterp-Plantenga et al., 2004). En el laboratorio, los efectos saciantes de los alimentos o comidas altas en proteína se han comparado con otros más bajos en proteína con la misma energía, utilizando normalmente una metodología de «precarga» en la que la medida de saciedad es una valoración post consumo subjetiva del apetito y/o la ingesta alimenticia. La mayoría de este tipo de estudios indica que los alimentos altos en proteína proporcionan una mejor saciedad que los alimentos con la misma energía que tienen menores niveles de proteína (e.g. Astbury et al., 2010; Bertenshaw et al., 2009; Booth et al., 1970; Fischer et al., 2004; Hill and Blundell, 1986; Rolls et al., 1988 ; Teff et al., 1989), aunque esto no se reporta siempre (de Graaf et al., 1992 ; Vozzo et al., 2003). En general, este cuerpo de literatura indica que el aumento en contenido proteico de un alimento es una forma efectiva de producir saciedad en el consumidor, pero manipular el contenido de macronutrientes de un alimento mientras se mantiene la energía constante significa que es difícil estar seguro de si los efectos se deben al superior efecto saciante de la proteína, la reducción de nutrientes menos saciantes como los carbohidratos y las grasas, o una combinación de ambos. Es más, no se sabe si estos efectos se mantienen después de una experiencia repetida, por esa razón la EFSA todavía no aprueba afirmaciones basadas en un efecto general de la proteína (European Commission, 2007 ; European Commission, 2012).
Los productos alimenticios altos en proteína invariablemente contienen otros nutrientes que proporcionan energía, normalmente tanto carbohidratos como grasas. Por eso, para optimizar productos altamente saciantes, la proporción carbohidratos con respecto a grasas también ha de considerarse. La posición de las proteínas en la parte alta de la jerarquía de saciedad se acepta bastante bien, pero el orden de los carbohidratos y las grasas se disputa con frecuencia, y este debate se complica aún más con la variabilidad en las respuestas glucémicas a la ingestión de carbohidratos, lo cual puede influenciar las señales de saciedad (Brand-Miller, Holt, Pawlak, & McMillan, 2002). En lo que respecta a la saciedad, la retórica baja en grasas de años recientes parece justificada: consumir más energía de los carbohidratos frente a las grasas se ha asociado con un riesgo reducido de tener sobrepeso u obesidad (Astrup et al., 2000 ; Gaesser, 2007), y esto implica que las comidas altas en carbohidratos son más saciantes que aquellas que son altas en grasa. En experimentos de alimentación libre en los que se ofreció a las personas una variedad de comidas altas en grasas, tendían a consumir más energía que cuando se les ofrecía comidas altas en carbohidratos (Blundell, Green, & Burley, 1994), un fenómeno al que se le asignó el término de hiperfagia de grasas altas, o sobreconsumo pasivo. Lo que es importante es que este aumento del consumo de energía relacionado con las grasas no lleva a una sensación de saciedad mayor (Blundell & Macdiarmid, 1997). En el laboratorio, los estudios han encontrado que las precargas altas en grasa son menos saciantes que una energía igual con versiones altas en carbohidratos (e.g. Cotton et al., 1994; Holt, 1999 ; Robinson et al., 2005), aunque no en todos los casos (e.g. de Graaf et al., 1992 ; Rolls et al., 1994). Estos hallazgos entremezclados pueden deberse a diferencias en las características de los participantes entre estudios (Chambers & Yeomans, 2011), y los ingredientes de la precarga (Rolls & Bell, 1999). Una propiedad particularmente importante de las grasas es que proporciona más del doble de energía por gramo que los carbohidratos y las proteínas. El punto de vista más extendido es que la alta densidad energética de las grasas por unidad de peso explica en gran medida su bajo valor saciante (Blundell and Macdiarmid, 1997 ; Rolls and Bell, 1999). Una comida alta en grasa será normalmente más pequeña en peso (y en volumen) que una alta en carbohidratos de energía similar, y esta diferencia puede afectar al momento de procesado de los nutrientes en el intestino (Karhunen, Juvonen, Huotari, Purhonen, & Herzig, 2008) y también a las creencias del consumidor acerca de las consecuencias probables de consumir dicha comida. Es decir, la gente tiende a creer que una pequeña porción de comida no será suficiente para satisfacer su apetito, sin importar la energía que contiene (Rolls, Drewnowski, & Ledikwe, 2005) y esas expectativas en cuanto a la saciedad se cree que juegan un papel clave en el comportamiento a la hora de comer (Brunstrom, Shakeshaft, & Scott-Samuel, 2008).
Otro ingrediente alimenticio que puede tener efectos beneficiosos sobre respuestas de saciedad es la fibra dietética (Clark and Slavin, 2013; Howarth et al., 2001 ; Wanders et al., 2011). La fibra es un macronutriente complejo y variado que engloba un rango de polisacáridos no almidonados (carbohidratos) y a la lignina (un derivado del alcohol que no es un carbohidrato), que son bien solubles o insolubles, fermentables o no fermentables (Burton-Freeman, 2000). Se piensa que la fibra afecta a la saciedad de muchas formas, dependiendo del tipo de fibra, y según su capacidad para hacer los alimentos más voluminosos, aumentar la viscosidad, formar gel en el estómago, y fermentar en el intestino (Slavin & Green, 2007). Describir los efectos de cada tipo de fibra está más allá del alcance de esta reseña. De forma general, se cree que una dieta rica en fibra promueve la saciedad y el control de peso, porque contiene alimentos que son bajos en densidad energética, tales como las frutas y los vegetales, que cuando son ingeridos en el mismo volumen que un alimento alto en densidad energética, son igualmente saciantes pero menos energéticos (Rolls et al., 2005), indicando que la forma en que se digieren los alimentos altos en fibra promueve la saciedad. De hecho, la fibra aumenta la distensión gástrica, ralentiza el ritmo de vaciado gástrico, y tiene un impacto sobre la liberación de hormonas saciantes; procesos los cuales están asociados con sensaciones más elevadas de saciedad (Wynne, Stanley, McGowan, & Bloom, 2005). Recientemente, la contribución a la saciedad de la viscosidad de la fibra ha recibido atención. Vuksan et al. (2009) probó los efectos de tres fibras (consumidas en porciones de 5 gramos disueltas en una bebida) que difieren solamente en términos de su capacidad para engrosar el líquido, y encontró que solamente la fibra más viscosa reducía la ingesta en la siguiente comida. De manera similar, Juvonen et al. (2009) examinó los efectos de una bebida con fibra de avena con y sin su viscosidad natural (Lograda con un tratamiento de ß-glucanasa) y vio que la bebida de viscosidad más alta ralentizaba el vaciado gástrico y reducía las respuestas de la hormona de saciedad comparado con la bebida de viscosidad más baja, llevando a un total menor de ingesta energética a lo largo del día. La revisión sistemática de Wanders et al.’s (2011) también encontró que las fibras clasificadas como viscosas eran más saciantes que las menos viscosas. No se sabe si son las propiedades sensoriales o efectos sensoriales después de la ingesta son los que producen este resultado.
Howarth et al. (2001) revisó 38 estudios que comparaban directamente los efectos acentuados sobre la saciedad de una comida o alimento bajo en fibra frente a uno alto en fibra de igual grasa y contenido energético. Su análisis encontró que 32 de los 38 estudios daban como resultado un aumento de la saciedad relacionado con la fibra, siendo esto significativo estadísticamente en 26 de los 32 estudios. Sin embargo, los hallazgos de dos reseñas sistemáticas más recientes fueron menos positivos, con una de ellas informando que solo el 39% de los estudios revisados mostraba un efecto significativo de la fibra sobre la saciedad (Clark & Slavin, 2013) y concluyendo el otro que los efectos generales de la fibra sobre la saciedad y el peso corporal son relativamente pequeños (Wanders et al., 2011). A pesar de la evidencia de que altas dietas altas en fibra pueden apagar el apetito, aunque su efecto sea bastante modesto, la EFSA ha rechazado las afirmaciones generales de saciedad basadas en la fibra, porque este componente alimentario aparece en muchas formas, y los efectos no están suficientemente caracterizados (EFSA, 2010). Debido a la diversidad en la función y tipo de fibra, y relacionándolo con características sensoriales, se debe hacer una consideración cuidadosa de la fibra elegida para un producto de alta saciedad.
El enfoque tradicional para entender la saciedad, es decir, examinar el efecto metabólico de los alimentos después de consumirlos, indica que no todos los nutrientes que producen energía afectan la saciedad del mismo modo. Esto importante trabajo sugiere que los alimentos pueden tener efectos óptmos sobre el control del apetito cuando son altos en proteína y fibra, y contienen más carbohidratos que grasas. En cuanto a considerar las influencias sobre la saciedad después de la ingesta, esta sección ha tocado aspectos de la saciedad que podrían atribuirse a la experiencia del consumidor, y a consumir el almiento antes de que sea procesado por el sistema gastrointestinal. Se hizo notar que el efecto de la proteína sobre la saciedad puede depender de su perfil sensorial; que la grasa tiene posiblemente un valor bajo de saciedad debido a que las expectativas de saciedad sobre los alimentos altos en energía son bajas; y que la viscosidad percibida de las bebidas que contienen fibra puede contribuir a la experiencia de saciedad del consumidor. La siguiente sección considerará en detalle cómo estos distintos tipos de factores previos al consumo y no nutritivos pueden contribuir a la saciedad.
La experiencia del consumo de alimentos y la saciedad
El gusto, olor y textura de un alimento contribuyen a la representación de su sabor, pero la textura (o forma) de un alimento ha sido aislada como un componente sensorial que juega un papel clave en la saciedad. Esto se debe a que la señal odo-sensorial se ve refinada por toda una vida de experiencias alimenticias, en las que se aprende que ciertas propiedades del sabor de un alimento son mejores predictoras de la presencia de nutrientes que otras (Le Magnen, 1955). Los alimentos viscosos son invariablemente ricos en nutrientes y consumidos en un contexto de hambre, al contrario que los fluidos que pueden o no contener nutrientes y principalmente se consumen por sus propiedades para calmar la sed. La textura de un alimento, por tanto, puede servir como una pista fiable para predecir futuras sensaciones de saciedad (Davidson & Swithers, 2005), y esto influye sobre las expectativas acerca del efecto que una comida tendrá sobre el apetito. Los alimentos con textura requieren masticación, lo cual ralentiza la velocidad del consumo y mejoran el tiempo de exposición odo-sensorial (Zijlstra, Mars, de Wijk, Westerterp-Plantenga, & de Graaf, 2008). El procesamiento mecánico de los alimentos en la boca puede ser una forma en la que el contenido nutricional de un alimento es estimado. De hecho, masticar se ha asociado con percepciones de saciedad (Forde, van Kuijk, Thaler, de Graaf, & Martin, 2013), respuestas preparatorias a la fase cefálica (Li et al., 2011) y liberación de los péptidos del apetito (Katsuragi et al., 1994 ; Li et al., 2011), pero no siempre se ve relación con señales de saciedad (Mattes and Considine, 2013 ; Teff, 2010).
Un papel de la textura en la saciedad se evidencia por los datos que indican que las calorías solidas y líquidas afectan al apetito de maneras distintas. En una reseña sistemática reciente Almiron-Roig et al. (2013) examinó cómo la capacidad de las personas para compensar el contenido energético de una precarga variaba de acuerdo a la forma de este. Normalmente, la puntuación de compensación se calcula midiendo las reducciones en la ingesta en una comida posterior de prueba, y expresando esto como un porcentaje de la energía de la precarga, donde el 100% equivale a una compensación perfecta. Cuando los participantes consumieron una precarga líquida (por ejemplo, un zumo de frutas), su ingesta ajustada para la siguiente comida sollo compensó el 71% de la energía de la precarga, comparado con el 95% cuando las precargas fueron en forma semi-solida (por ejemplo con yogurt) y 109% en forma sólida (por ejemplo, pan), dando evidencia de que las calorías líquidas tienen efectos más débiles sobre la saciedad que pueden llevar a un excesivo consumo de energía. Esto encaja con los resultados de las reseñas sistemáticas de datos epidemiológicos que muestran una relación positiva entre la energía consumida en forma líquida y la ganancia de peso (Malik et al., 2006 ; Vartanian et al., 2007).
El efecto de la forma de los alimentos sobre la saciedad también ha sido examinado manipulando la viscosidad de comidas de prueba en el laboratorio. Los hallazgos han sido variables (e.g. DiMeglio and Mattes, 2000; Russell and Delahunty, 2004 ; Tsuchiya et al., 2006), quizás porque los alimentos de alta y baja viscosidad estaban mal emparejados para otras características importantes para la saciedad, tales como el sabor, lo agradable que resultaban, y el contenido en nutrientes. Otros estudios que han tenido éxito al emparejar productos de prueba comparativos en otras dimensiones distintas a la viscosidad, apoyan que la textura juega un papel en la saciedad. Por ejemplo, aumentar la viscosidad de un pudding de chocolate semi-sólido redujo el ritmo al que este se comía, cambió las respuestas gástricas, e incrementó la información subjetiva de saciedad (Zhu, Hsu, & Hollis, 2013), el hambre después del consumo se vio reducida al hacer más espeso un batido (Mattes & Rothacker, 2001) y al aumentar el espesor y cremosidad de una bebida a base de yogurt, se cambió la percepción acerca de lo saciante que podría ser (McCrickerd, Chambers, Brunstrom, & Yeomans, 2012) y se redujo la cantidad del almuerzo posterior (Chambers et al., 2013 ; Yeomans and Chambers, 2011). No es posible estar seguro de que los efectos saciantes de estas manipulaciones de viscosidad fuesen solamente debidos a las señales sensoriales, porque los agentes espesantes (fibras) que se añadieron pueden haber influenciado la saciedad al ralentizar el vaciado gástrico (Slavin & Green, 2007). Sin embargo, se utilizó una cantidad relativamente pequeña de fibras para aumentar la viscosidad de los productos de prueba en estos estudios (1.2 g de goma de Tara en Chambers et al., 2013 y en Yeomans & Chambers, 2011; 0.1 g de celulosa en Mattes & Rothacker, 2001; 3.3 g de goma guar en Zhu et al., 2013); en los estudios en que se informó que las fibras influyeron en las señales después de la ingesta, se consumieron porciones mucho más grandes (12 g de goma guar en French & Read, 1994; 10.5 g de fibra de trigo en Weickert et al., 2006). Además, la evidencia está mezclada con los tiempos de vaciado gástrico que varían de acuerdo a la viscosidad de la fibra (Marciani et al., 2000 ; Wanders et al., 2011) y la disolución en el estómago, lo que significa que las diferencias en viscosidad oral pueden no verse reflejadas en viscosidad gastrointestinal. Además, la viscosidad percibida por los alimentos fibrosos podría ser crítica para el efecto de supresión del apetito (Juvonen et al., 2009 ; Vuksan et al., 2009).
La evidencia más convincente para una explicación previa a la ingesta del efecto de la textura sobre la saciedad fue informada recientemente por Cassady, Considine y Mattes (2012). En su elegante estudio los participantes consumieron una precarga en cuatro ocasiones: en un día tomaron una bebida de cereza y con una convincente historia se les indujo a creer (falsamente) que este se convertiría en un gel en su estómago («líquido-sólido»); en otro día tomaron la misma bebida y se les dijo (correctamente) que se mantendría sólida en su estómago («líquido-líquido»); en la tercera situación se consumieron cubos de gelatina con sabor a cereza, los cuales creían (acertadamente) que se convertirían en líquidos en su estómago («sólido-líquido»). En la situación final consumieron los mismos cubos de gelatina y se les dijo (incorrectamente) que seguirían siendo sólidos en su estómago («sólido-sólido»). El tiempo de exposición oral se mantuvo constante todos los días, y los investigadores utilizaron gelatina como sólido oral ya que este se convertiría rápidamente en líquido después de consumido. Para asegurar que la carga gástrica coincidía de forma exacta en todas las condiciones, los participantes consumieron cápsulas de gelatina en los días que percibían como «líquidos» y agua y maltodextrina en los días que percibían como «sólidos». Cuando la experiencia de la precarga fue sólida (condiciones «sólido-líquido» o «sólido-sólido») las tasas de hambre fueron menores, el vaciado gástrico fue más lento, y la liberación de la insulina y el GLP-1 aumentaron, la de grelina disminuyó, y el consumo de alimentos después bajó comparado con los días en que la experiencia sensorial fue líquida. Además, la falsa creencia de que la precarga se convertiría en sólida en el estómago aumentó más la respuesta saciante. Estos hallazgos dan un fuerte apoyo a los efectos de mejora de la saciedad previos a la ingesta de la información sensorial y cognitiva.
Antes de que la comida sea procesada en la boca, otras características de un producto pueden cambiar las percepciones acerca de su contenido en nutrientes y cómo este puede influir en las sensaciones de saciedad. En el estudio de Cassady et al (2012), la simple creencia de que el alimento se convertiría en gel en el estómago, fue suficiente para alterar las respuestas a la saciedad. Una forma realista de influencia las creencias es a través del etiquetado de los productos alimenticios, que proporcionan información nutricional detallada y pueden a veces contener mensajes explícitos acerca de las consecuencias de consumir un producto (por ejemplo «siéntete lleno más tiempo») o sobre sus componentes nutricionales que son relevantes para la saciedad (por ejemplo «alto en proteína»). Los estudios experimentales sobre el etiquetado de alimentos proveen alguna evidencia de que este tipo de información, no solo puede cambiar cuánto una persona comerá de ese producto (Roberto, Larsen, Agnew, Baik, & Brownell, 2010) sino también su apetito después de eso. Por ejemplo, se observó que las personas comían más después de consumir un yogurt alto en calorías que tenía una etiqueta de «bajo en grasas», comparado con cuando no se ponía ninguna información en la etiqueta del yogurt (Shide & Rolls, 1995); después de consumir una bebida que se presentaba como un batido con leche alto en calorías, los participantes informaron sentirse más llenos y comieron menos en una comida de prueba que cuando esta información no estaba presente (Wooley, 1972); y etiquetar una bebida de frutas «smoothie» con un mensaje de alta saciedad mejoró los informes subjetivos de llenura y disminución del hambre (Fay, Hinton, Rogers, & Brunstrom, 2011). Sin embargo, varios otros estudios informaron de que el etiquetado no produjo efectos en las medidas de comportamiento de apetito y control (Chambers et al., 2013; Wardle, 1987 ; Yeomans et al., 2001). Los estudios naturalistas de productos del mundo real pueden ser una prueba mejor de los efectos del etiquetado en el comportamiento del apetito. A pesar de esto, dos estudios recientes interesantes nos dan evidencia de que el etiquetado puede alterar las respuestas fisiológicas de saciedad: consumir un batido con leche etiquetado como «generosas 620 calorías» resultó en una disminución más acentuada de la hormona estimuladora del hambre (grelina), que un batido etiquetado como «sensibles 120 calorías» (Crum, Corbin, Brownell, & Salovey, 2011); también la activación de zonas del cerebro implicadas en la regulación del apetito fue dependiente de si una bebida baja en calorías se etiquetaba como «capricho» o «saludable» (Veldhuizen, Nachtigal, Flammer, de Araujo, & Small, 2013).
Un cierto número de innovadores estudios han demostrado que la percepción del tamaño de un producto alimenticio también es importante para la saciedad. Por ejemplo, la percepción visual de una comida mostró ser importante para el control del apetito en un estudio en el que los participantes comieron en una completa oscuridad. La falta de indicios visuales les llevó a comer más de lo esperado de una comida de tamaño agrandado, al subestimar cuánto habían consumido. A pesar de consumir mayores cantidades de comida no informaron de una mejor sensación de saciedad (Scheibehenne, Todd, & Wansink, 2010). En otro estudio, el incorporar aire en un batido de precarga de forma que su volumen pareciese haberse doblado (aunque su energía se mantuvo intacta) resultó en una reducción del 12% en la ingesta de una comida posterior, y en que los participantes expresaron tener menos hambre (Rolls, Bell, & Waugh, 2000). Empleando una tarea basada en una computadora, Brunstrom et al. (2008) presentó imágenes de un abanico de alimentos comunes y midió las creencias acerca del valor saciante de dichos alimentos. Se encontró que las expectativas de saciedad iban más en línea con el volumen percibido de la porción de comida que con su contenido energético. En un estudio que se hizo siguiendo a este, el grupo demostró que cuando se les pedía a los participantes consumir un «smoothie», la cantidad de fruta que creían que contenía influenciaba las respuestas de saciedad esperadas y reales (Brunstrom, Brown, Hinton, Rogers, & Fay, 2011). Las percepciones acerca del peso de la comida pueden también influenciar los juicios relacionados con la saciedad. Al hacer que el recipiente de una comida fuese más pesado, la gente tuvo tendencia a creer que su contenido era más denso en energía y tenía un mayor potencial saciante que el contenido de un recipiente más ligero, pero visualmente idéntico (Piqueras-Fiszman & Spence, 2012). Modificar como se envasan los productos alimenticios puede aumentar las respuestas de saciedad, algo tan simple como segmentar la comida en porciones más pequeñas puede cambiar la percepción del tamaño, y tener efectos beneficiosos en cuanto al control del apetito (Geier, Wansink, & Rozin, 2012), presumiblemente porque, de esta manera, la gente cree que está consumiendo más de esa manera.
Esta colección de estudios indica que la información acerca del potencial saciante de un producto se toma de su etiquetado, su aspecto, y de la sensación que produce, y quizás lo que es más importante, de la experiencia en la boca. Los nutrientes son importantes para la saciedad, pero la apreciación antes de la ingesta del poder saciante del alimento puede también cambiar sus efectos en la supresión del apetito, aunque no hay estudios que hayan examinado si estos efectos sobre la saciedad persisten con un consumo repetido. Lo que tampoco está claro viendo el trabajo presentado hasta ahora es cuán crítico es que la apariencia y sabor de un producto altamente saciante se alinee con su contenido en nutrientes, a fin de maximizar sus efectos psicológicos, o si es posible producir un producto efectivo de alta saciedad diseñándolo para que sepa y parezca que va a ser saciante incluso si es bajo en energía, lo cual sería efectivamente el producto de control de peso definitivo. Para responder a estas preguntas, se necesitan estudios que prueben de manera específica si los efectos sobre las primeras señales de saciedad (es decir, aquellos generados por la experiencia de consumir un alimento) dependen de señales de saciedad posteriores (es decir, aquellas generadas por el contenido en nutrientes del alimento).
Integrando las señales de saciedad
Wooley (1972) fue el primero en prestar atención a los efectos tanto de las señales cognitivas como de los nutrientes sobre las respuestas de saciedad, manipulando el contenido calórico percibido y la energía de un batido. Sin embargo, el estudio solo comparaba los efectos fisiológicos y cognitivos: los efectos interactivos no se probaron estadísticamente. Shide and Rolls (1995) también compararon los efectos de manipular señales de saciedad cognitivas y fisiológicas, pero, de nuevo, el diseño de su estudio no permitió explorar completamente los efectos interactivos. Cecil et al. (1998b) tomaron un enfoque diferente y realizaron un elegante estudio de infusión para mostrar que una sopa era más saciante cuando las señales eran generadas a todos los niveles del tracto gastrointestinal (boca, estómago e intestino delgado). Esta colección de investigaciones inspiró al Grupo de comportamiento ingestivo en la universidad de Sussex (http://www.sussex.ac.uk/psychology/sibg), que ha realizado una serie de estudios diseñados para probar específicamente un modelo integrador de la saciedad. El primero de dichos estudios fue por McCrickerd et al. (2012) y puso las bases para estudios posteriores acerca de los efectos interactivos, estableciendo que las creencias acerca del poder saciante de una bebida dependen de percepciones con respecto al gusto y la textura que sean relevantes para la saciedad. La textura espesa y el sabor cremoso de unos yogures bajos y altos en energía fue sutilmente aumentada para orientar las percepciones del consumidor acerca de la presencia de nutrientes. Esto produjo cuatro versiones de la bebida en cuanto a su sensación: gusto de baja cremosidad y textura fina, gusto de alta cremosidad y textura fina, gusto de baja cremosidad y espeso y gusto de alta cremosidad y espeso. Las manipulaciones sensoriales se emparejaron con los niveles de energía. Los participantes probaron las bebidas y el efecto de estas manipulaciones sensoriales en un test basado en computadora de saciedad esperada se midió (Brunstrom et al., 2008). Las bebidas más espesas se percibieron como más espesas y cremosas, y se esperaba que produjesen mayores sensaciones de saciedad que las versiones menos espesas, que también se percibieron como menos cremosas incluso cuando fueron presentados con aditivos de cremosidad. Esto sucedió sin importar el contenido energético real de la bebida, y apoya la idea de que, en el momento del consumo, las propiedades sensoriales de la comida influencian las creencias acerca de sus efectos después del consumo. Estos datos también sugieren que una textura más espesa es una característica sensorial más influyente que solo el sabor cremoso, lo cual está en línea con otras investigaciones recientes que identifican que las percepciones espesas y masticables se asocian con expectativas mayores de saciedad (Forde et al., 2013; Hogenkamp et al., 2012 ; Hogenkamp et al., 2011).
El cómo interactúan estos distintos tipos de expectativas sensoriales con los efectos reales a la hora de suprimir el apetito se exploró en el siguiente estudio. Yeomans y Chambers (2011) probaron la hipótesis de que una bebida con un perfil nutricional saciante (alta en proteína) se convertiría en más saciante porque sus propiedades sensoriales predecían mejor la presencia de nutrientes. La potencia saciante de las bebidas de yogurt de seis frutas se probaron utilizando la metodología de precarga, consumiéndose las bebidas como un tentempié de media mañana y siendo las medidas principales del resultado los informes subjetivos del apetito e ingesta en comidas de prueba de dos platos. Las bebidas eran bien bajas o altas en energía (78 kcal frente a 279 kcal: una diferencia de 201 kcal, que se logro añadiendo 25 gramos de proteína aislada de suero y 35 g de maltodextrina) y se presentaron con niveles incrementales de espesor y cremosidad (sensación baja, media y alta). El hallazgo principal fue que el poder saciante del batido alto en energía (indexado por la ingesta de comida de prueba, ver figura 2) fue mejorado haciendo que sus características sensoriales fuesen más predictivas de la saciedad (espesor y cremosidad), un efecto que no se observó en la versión de baja energía de la bebida. Además, en ausencia de esas mejoras sensoriales (sensación sensorial baja) la bebida de alta energía no fue más saciante que la versión de baja energía, a pesar de proveer 201 kcal adicionales. Así pues, el grado en que la bebida suprimía el apetito dependió de que sus características sensoriales predijesen correctamente su contenido en nutrientes. Otro hallazgo de este estudio fe que los participantes informaron estar más hambrientos antes de la comida de prueba cuando habían consumido la versión espesa y cremosa de la bebida baja en energía, comparándolo a cuando habían consumido la misma bebida sin las mejoras sensoriales. Este «apetito de rebote» no se había predicho, pero podría dar apoyo a un modelo integrado de la saciedad: las expectativas generadas por la experiencia de consumir la bebida espesa y cremosa pero baja en proteínas podrían haber iniciado respuestas fisiológicas anticipatorias, que, al no ser satisfechas por verdaderos nutrientes, resultaron en sensaciones de hambre.
Los alimentos que generan una fuerte sensación de saciedad tienen obvios beneficios para el control del peso. Esta reseña se construye sobre la comprensión de que el potencial de saciedad de un alimento depende en la cantidad de proteínas, carbohidratos, grasas y fibras que contiene, examinando la evidencia de que la apreciación sensorial y cognitiva del alimento que hace el consumidor también es importante. Se concluye que son numerosas las características de un producto alimenticio que pueden manipularse para mejorar la experiencia de saciedad del consumidor, pero que es la combinación de estas características la que finalmente determinará su efecto sobre el control del apetito. Tomar esta aproximación integrada hacia la saciedad optimizará el desarrollo de alimentos altamente saciantes.
En paralelo con estos estudios, se utilizó un enfoque similar para considerar si la aparente supremacía de la proteína como macro nutriente saciante podría, al menos en parte, deberse a las características sensoriales distintivas de los alimentos ricos en proteína (Bertenshaw et al., 2013). De nuevo se utilizó un diseño de precarga, y apoyándose en la evidencia de que la proteína era más saciante que los carbohidratos en el contexto de una bebida láctea (Bertenshaw et al., 2009), se mostró que una bebida rica en carbohidratos cuyas características sensoriales se habían manipulado para que pareciesen las de una versión rica en proteína, generaron una saciedad mayor que una bebida rica en proteínas a la que le faltaban las características sensoriales normales asociadas con la proteína.
Estos estudios sensoriales proporcionaron la primera evidencia empírica de que fortalecer las expectativas saciantes generadas durante el consumo de una comida mejora los efectos saciantes fisiológicos de sus nutrientes. El trabajo reciente de la Universidad de Uppsala (Hogenkamp et al., 2013) y la Universidad de Sussex (Chambers et al., 2013 ; McCrickerd et al., 2014) han utilizado una metodología similar para examinar si influenciar las percepciones relacionadas con la saciedad utilizando la información etiquetada cambia las respuestas de saciedad a la ingestión de nutrientes. Chambers et al. (2013) exploró esta idea orientando a los participantes a la potencia saciante de un batido de prueba, no solo mejorando su espesor y cremosidad, sino también dando información explícita acerca de su poder saciante en la etiqueta de la botella. Los resultados indicaron que la información sobre saciedad en la etiqueta no tenía impacto sobre las tasas de apetito o la ingesta de la comida de prueba: solo las manipulaciones sensoriales mejoraron el efecto de los nutrientes de las bebidas altas en energía, mientras que en las bebidas bajas en energía aumentaron el apetito, replicando lo que anteriormente se había visto sobre la saciedad mejorada sensorialmente y el rebote de apetito (Yeomans & Chambers, 2011). El nulo efecto del etiquetado se interpretó como evidencia de que los marcadores sensoriales de la saciedad probablemente superan cualquier efecto del etiquetado. McCrickerd et al. (2014) examinó aun más estas ideas comparando los efectos sobre la saciedad de las expectativas cambiantes, ya fuese dando información adicional sobre el producto de prueba (por ejemplo, reduce el hambre o calma la sed) o cambiando sus características sensoriales (espeso o no espeso). De nuevo, el estudio fue específicamente diseñado para probar un modelo integrado de saciedad examinando cómo estos efectos dependían del contenido en nutrientes del producto de prueba. Los resultados apoyan un modelo integrado de saciedad: se halló que dando información explícita acerca de que el producto reduciría el hambre mejoraba el efecto saciante de la versión de alta energía del producto de prueba comparado con la versión baja en energía. También se encontró que las mejoras en la respuesta a la saciedad eran más pronunciadas cuando las expectativas se manipulaban a través de modificaciones sensoriales, más que proporcionando solo información. Hogenkamp et al. (2013) también manipularon las creencias acerca del efecto saciante en precargas altas y bajas, proveyendo información nutricional y mensajes relacionados con el apetito en los productos(es decir, bajos en grasa y calorías frente a altos en grasa y ricos en calorás). Los resultados indicaron que la ingesta en una comida posterior de prueba dependía tanto de la información provista como del contenido energético de la precarga, pero que las respuestas de saciedad fisiológica eran dependientes solamente del contenido real de nutrientes de la comida. Ya que el efecto saciante de la precarga baja en energía se mejoró informando a los participantes que se trataba de un producto saciante, un efecto que no se vio en el producto de alta energía, estos hallazgos no se alinean a primera vista con los de la Universidad de Sussex.Sin embargo, las cargas reales de energía utilizadas por Hogenkamp et al. eran relativamente altas (las de baja energía eran de 180 kcal, frente a 530 kcal de las altas) y su producto de baja energía contenía una cantidad fisiológicamente significativa de nutrientes, que no se alejaba mucho del contenido calórico de los productos de alta energía que se usaron como prueba en la Universidad de Sussex. Por esto, los resultados de estos estudios son comprables cuando los productos de prueba se consideran sobre la base de su contenido en calorías. De esta colección de estudios se podría sugerir que el marketing alimenticio del mundo real puede influenciar las respuestas a la ingestión de nutrientes, pero es de esperar que esto sea menos efectivo que optimizar el contenido de nutrientes y las características sensoriales de un producto alimenticio para saciedad.
Una pregunta importante para la industria alimentaria es ¿cuán duradera es la mejora sensorial de la saciedad basada en nutrientes? Basándonos en la metodología de precarga utilizada en la prueba inicial de saciedad de las bebidas de yogurt de Yeomans et al. (2014) examinó los efectos del consumo repetido en una de entre cuatro bebidas, que fueron altas o bajas en energía y con espesor añadido en la textura y notas cremosas (mejora sensorial), o sin esas manipulaciones sensoriales (baja sensación). Los participantes consumieron la bebida siete días, midiéndose las respuestas de saciedad antes de la exposición repetida (en el día 1), después de cinco días de exposición (día 6), y un mes después de este periodo de exposición (seguimiento de 1 mes). Cuando los participantes se encontraron por primera vez con la bebida sus tasas subjetivas de saciedad e ingesta de comida posteriores al consumo fueron dependientes tanto de las características sensoriales como del contenido energético de la bebida, siendo las bebidas altas en energía más saciantes que las variantes bajas en energía, particularmente cuando tenían textura espesa y sabor cremoso (fig. 3). Esto replicaba los hallazgos previos sobre la saciedad mejorada sensorialmente (Bertenshaw et al., 2013; Chambers et al., 2013 ; Yeomans and Chambers, 2011). Inmediatamente después de la fase de exposición, y después en el seguimiento pasado un mes, las versiones de alta energía de la bebida siguieron siendo más saciantes que las versiones bajas en energía, pero las manipulaciones sensoriales ya no mejoraban este efecto. Este estudio añade peso a la evidencia previa que indica que las señales sensoriales generan expectativas que se asimilan con las señales metabólicas del nutriente para influenciar la saciedad, pero subraya que esto puede influenciar la saciedad solamente cuando las comidas se encuentran por primera vez y sus efectos saciantes son desconocidos. La exposición repetida hace que se aprenda la capacidad saciante de la comida (Yeomans, 2012) y por tanto las creencias sobre un producto familiar generadas por experiencias recientes pueden convertirse en más relevantes que aquellas generadas por las cualidades genéricas relacionadas con la saciedad probadas en este estudio.
Esta investigación experimental solo es el punto de partida para entender cómo las señales que se producen del procesado cognitivo, sensorial, gástrico y post-gástrico de la comida se integran para influenciar la experiencia de saciedad del consumidor. Se requiere más trabajo para identificar si las mejoras al efecto saciante de la comida rica en nutrientes son
1) Alcanzables en un rango de alimentos distinto de las bebidas.
2) Efectivas a la hora de controlar el apetito más allá del corto plazo.
3) Evidentes fuera del laboratorio en consumidores con distintos hábitos alimenticios. Estudios longitudinales examinando indicios biológicos y de comportamiento de la saciedad deberían ser el objetivo de las investigaciones futuras.
Aunque aún quedan por resolver muchas preguntas, este cuerpo de trabajo indica que el efecto supresor del apetito de los alimentos ricos en nutrientes puede mejorarse haciendo pequeñas modificaciones a su perfil sensorial o asegurándose de que los consumidores están convencidos de sus efectos saciantes a través del marketing del producto. Es muy importante que este trabajo también indica que en ausencia de esos indicios un producto alimenticio para saciedad puede fracasar a la hora de proveer el efecto intencionado. Los hallazgos con respecto al rebote del apetito sugieren que los alimentos ligeros en nutrientes, que saben como si fuesen a ser saciantes, podrían de hecho estimular el apetito y animar a la ingesta de comida, por lo que diseñar un producto alimenticio para control de peso que produzca saciedad a la vez que es bajo en calorías podría ser algo inalcanzable. Finalmente, es importante considerar que la influencia de señales de saciedad tempranas podría disminuir conforme los consumidores experimentan un alimento y aprenden acerca de su significancia fisiológica, aunque el punto en el que las respuestas de saciedad comienzan a reflejar solo el contenido en nutrientes del alimento, y no la apreciación cognitiva y sensorial del consumidor sobre ella, todavía ha de ser establecido.
Conclusiones
La investigación sobre saciedad se ha centrado tradicionalmente en los efectos metabólicos de distintos componentes alimenticios en el sistema gastrointestinal. Este importante trabajo ha establecido que las comidas altas en proteína y fibra son particularmente efectivas a la hora de generar saciedad, debido a la descomposición y liberación de nutrientes de estos alimentos, y también en menor medida otros factores relacionados con el proceso de consumo pueden contribuir a su efecto saciante. En el campo de la psicología se reconoce cada vez más que la valoración previa al consumo del poder saciante de una comida, basado en su apariencia y perfil sensorial, juega un papel clave en el control del apetito, pero esto mayormente se ha estudiado en condiciones de aislamiento. El hasta donde la capacidad saciante de un alimento rico en nutrientes es dependiente de esta evaluación ha sido objeto de una serie reciente de estudios, principalmente por la Universidad de Sussex. Este trabajo, basado en un modelo integrado de la saciedad, proporciona la primera evidencia de que las sensaciones de apetito después del consumo son dependientes de la congruencia entre la calidad saciante real y esperada del alimento, especialmente la primera vez que se consume. A la luz de estos hallazgos, el diseño de alimentos maximizados para la saciedad debería centrarse en gran medida en identificar la combinación óptima de nutrientes saciantes junto con un perfil sensorial y una estrategia de mercado que genere creencias de que el producto será saciante. El conseguir apoyo para las afirmaciones de saciedad puede depender de hacer esto bien. Estas ideas también pueden aplicarse a problemas asociados con el consumo de bebidas que proporcionan energía, tales como cervezas y refrescos endulzados con azúcar, los cuales en el Reino Unido suman cerca de un quiinto de nuestro consumo energético diario (Ng, Ni Mhurchu, Jebb, & Popkin, 2012). Estos productos son invariablemente altos en energía y a menudo tienen un efecto muy débil sobre la saciedad, por lo que mejorar su bajo valor saciante podría ayudar a la gente a evitar una ingesta excesiva de calorías. Cuando no es apropiado cambiar el perfil sensorial de estos tipos de productos, la información en la etiqueta que llame la atención sobre su impacto sobre el apetito en lugar de sobre la sed, podría potencialmente mejorar su potencia saciante (McCrickerd et al., 2014). Este conjunto de estudios también plantea preguntas acerca de los alimentos dietéticos, indicando que un producto diseñado para parecer saciante pero que es bajo en verdaderos nutrientes puede acabar aumentando el apetito. El si los alimentos dietéticos reducidos en calorías que tienen el mismo sabor que sus contrapartes altas en calorías pueden en sí mismos llevar a un mayor consumo de alimentos y ganancia de peso, es una pregunta importante que requiere más investigación. La contribución de factores distintos de los efectos metabólicos de los nutrientes a las sensaciones de saciedad después del consumo no deberían subestimarse; para hacer que la investigación sobre saciedad avance, el trabajo futuro debe adoptar un enfoque integrado y multifactorial.
Reconocimientos
LC preparó el manuscrito con ayuda de MRY y KM. Este trabajo fue apoyado financieramente por el Biotechnology and Biological Sciences Research Council (BBSRC) bajo la iniciativa del Diet and Health Research Industry Club (DRINC) (referencia de la beca: BB/H004645/1).
Traducido de un texto en http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0924224414002386